martes, 20 de mayo de 2008

La frontera

Son las 5 de la mañana en la Terminal de La Paz.
Yo llevo un lluch’u contra el frío, y una chamarra de bayeta. En realidad, yo estoy vestido como para que todo el mundo me reconozca como boliviano. Y en todo el mundo yo pasaría como boliviano, menos en Bolivia. En Bolivia parezco turista.
El chofer es un macizo mestizo con cara de oriundo. Oriundo de la Max Paredes. Yo subo a la flota, él me mira mientras sorbe de su taza de café.
¿Tení lo papeleh?
¿Qué papeles?, le digo.
El oriundo me mira perplejo.
¿Tu no erí shileno?
No pues cojudo de mierda, le quiero decir. ¿Acaso no ves mi atuendo? Yaaa.
No, le digo. Yo soy boliviano. Y mi cara se ilumina cual flameante tricolor.
El interés del oriundo se fue. Vuelve al café.
Ah ya, siéntate po.

En Chungará nuestra flota está parada en una larga fila. Mientras el control todavía no nos toque a nosotros, nuestro chofer se baja para charlar con otros choferes. Parecen hacer concurso de quién habla más chileno. Nuestro oriundo sale invicto y además les quiere hacer un favor especial a los carabineros y cierra la puerta de la flota con llave. Una niña chiquita no se puede aguantar y se hace caca. Su mamá se pone roja de vergüenza y le grita. Hace mucho calor en la flota. El calor se mezcla con los gritos de la madre y el olor a la caca de la wawa. Los demás pasajeros la riñen a la mamá por haber tratado mal a su hija y a una segunda niña la caca la pone mal. Mientras los adultos a su alrededor siguen riñendo a la mamá gritona, la niña vomita en silencio.
Finalmente nos abren la puerta. Uno por uno, los bolitas debemos bajar, sacar nuestras maletas del compartimiento y pasarlas por máquinas de Rayos X. A nuestro lado están parados los uniformados con sus perros. Mayormente no encuentran nada, pero hoy tienen suerte y nos decomisan un picante mixto. Se frotan las manos.






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